
Dr. Jorge Gutiérrez Alfonzo
El maestro Alfonso Monterrosa recuerda la temática que deseaba explorar para obtener el grado de maestro. Tenía cuatro años de haber ingresado en el magisterio con una clave de personal de base, con dos años de interinato en otro subnivel de Educación Media Superior y con uno en una escuela de bachillerato particular, con especialidad en secretaria ejecutiva. En los tres lugares, solamente cuando se vio beneficiado como personal de base le pidieron que presentara un examen médico. El maestro quería proponer como proyecto de tesis una prueba psicológica. ¿Qué tipo de persona se coloca frente a los estudiantes? ¿Cuáles traumas trae? El trabajo no lo pudo concluir en virtud de que por esta región fronteriza apenas existía el servicio de Internet y las computadoras eran blanco fácil de los virus. Un virus fue el culpable de que todo lo investigado hasta el momento terminara en nada. Ya no le fue posible ofrecer alguna recomendación para la contratación del personal docente en Educación Media Superior (EMS).
El maestro ahora trabaja con estudiantes de segundo y sexto semestres. El reglamento de la escuela indica que las mujeres deben de portar falda cuyo largo debe llegar abajo de la rodilla. No siempre cumplen. Algunas alumnas usan la falda cuatro dedos por arriba de la rodilla. Al momento de sentarse, muchas veces exhiben la pierna. ¿Acaso esto no es una provocación? ¿Qué genera esta situación en el personal docente? ¿La estudiante es consciente de lo que está provocando?
Recuerda el maestro tres casos suscitados en las escuelas de la región, quizás provocados por ese contexto en el salón de clases o por eso escrito en el cuaderno de los alumnos, de las alumnas. ¿Cuándo la alumna o el alumno opta por “jugar” a tener una calificación más alta? ¿O hacer la consentida del profesor o profesora? ¿Cuándo eso deja de ser un juego y se convierte en acoso? Más que implementar leyes para llevar un juicio con el debido proceso, debería exigirse que se cumplan los reglamentos escolares. Aunque aquí, se perdería el enfoque humanista, pero se puede observar que este enfoque nos está llevando a la perdición por dejar que el alumno o la alumna haga cosas sin medir las consecuencias de sus actos.
La primera situación se produjo en el hogar de un maestro. Una de sus alumnas, compañera de salón de su hija, llegaba a su casa, y fue ahí donde se generó el acercamiento. Al parecer, el maestro le indicó a la alumna que se separaría de su mujer y que vivirían juntos. Cuando los padres de la alumna se enteraron de las intenciones del profesor, éste les presentó siguiente argumento: “Quiero a su hija, y voy a casarme con ella. La apoyaré en sus estudios”. La promesa no llegó a cumplirse. Fue entonces cuando los padres procedieron legalmente. El maestro huyó del lugar, dejó su trabajo, le aplicaron el acta de abandono de empleo y se convirtió en prófugo de la justicia. Todo hizo indicar que perdió su empleo. Sus allegados han tenido la leve sospecha que las autoridades estatales de Educación lo están protegiendo.
El segundo incidente se fraguó en los salones de una escuela. Él era el maestro; y la chica de 17 años, la alumna. Solo ellos supieron de las miradas encontradas, de los roces de la mano previos al acercamiento. Los padres de ella se enteraron de la proximidad del maestro con la alumna: la retiraron de la escuela. Él no dejó de insistir, la siguió visitando a escondidas de sus familiares. Llegó el momento en que la jovencita se fugó con el maestro. Fueron varios meses de búsqueda para rescatarla; no deseaban esa relación. En ese momento se produjo el primer acercamiento con la dirección de la escuela- El maestro expuso que no sabía nada de ella, que ya no le interesaba. El hermano mayor de ella fue quien estuvo al enfrente de su localización. Al fin, la encontraron en un cuarto, en las orillas de la ciudad. El maestro estaba con ella. En ese momento, se enfrentaron a golpes el maestro y el hermano; intervinieron los vecinos. A la jovencita se la llevaron de vuelta a su casa. No existió ninguna denuncia de manera legal. Pasó el tiempo. El maestro siguió insistiendo; además, siguió llegando a trabajar. Por el cargo administrativo que ha desempeñado, ha tenido acceso a documentos relevantes. El maestro no cejó en su empeño. Se presentó en la casa de la joven. Expuso que las intenciones que tenía para con ella eran buenas; como muestra de la contundencia de su afirmación, se hizo acompañar por una compañera de trabajo. Les dijo a los padres de la alumna que no se preocuparan por el certificado de bachillerato; él lo resolvería. En su próxima visita, les entregaría ese documento. El maestro cumplió con lo prometido: puso en manos de los padres el certificado con el nombre de la alumna. Ella sin pensarlo demasiado fue a inscribirse en una universidad particular. Le recibieron los documentos, todo parecía estar en orden. A los tres meses de haber iniciado el ciclo escolar, citaron a la estudiante, quien estuvo acompañada de su papá. Se había comprobado que el certificado era falso. El padre fue a la escuela preparatoria; le reclamó al maestro. La directora preguntó cuál era el problema. El padre expuso la situación ante el comité de padres de familia. Hubo una asamblea; se determinó que no se aceptaría que el docente volviera a la escuela. Se hizo el trámite respectivo, que se envió a las autoridades educativas para que se procediera, según lo conducente. Durante casi un año, el maestro no se presentó a trabajar; atendía sus compromisos laborales desde su casa. Después de muchas quejas y denuncias ante las autoridades educativas, el maestro fue reubicado en otra institución educativa.
El tercer episodio se dio de esta manera: la estudiante fue abrazada por el maestro, así, como un gesto de afecto, un abrazo para que los estudiantes se sientan queridos; al maestro le ganó la emoción y dijo unas cuantas palabras de más. La adolescente se quejó con su abuelo, quien presentó una denuncia en el ministerio público. El maestro recibió la notificación para presentarse a declarar. Con la acusación encima, se vio orillado a hablar con su compañero de trabajo que es abogado. Se presentaron en la fiscalía; se dio el careo. El maestro explicó cuáles fueron las palabras que expresó. Pudo lograr un acuerdo económico; debía entregar diez mil pesos. Se retiraron de ese lugar y el caso quedó cerrado.
Y es que nada separa la gloria del infierno acá en la tierra. Unas palabras pueden ser una ofensa para una persona; las mismas palabras pueden resultar un elogio para otra. Según lo expuesto, en ninguno de los sucesos descritos líneas arriba se presentan datos falsos. Puede pensarse que las adolescentes provocaron al docente. ¿Cómo demostrarlo? La adolescente solo va a contar la parte incómoda. Si el Maestro insiste, puede ser acoso. ¿Cómo demostrar lo contrario? Si el maestro no le dirige la mirada o la esquiva para no ser provocado, la alumna o el alumno lo puede acusarlo de discriminación. ¿Entonces? La propuesta que piensa ahora el maestro Monterrosa es la misma que elaboró hacer años: realizar un perfil psicológico de los docentes que ingresen en el magisterio, así como un perfil de los alumnos que ingresen en la escuela.
Se debería tener un grupo de docentes que se encargue de la ética en la escuela (consejo de ética). Este grupo observaría las incidencias de acuerdo con las investigaciones y perfiles obtenidos. Las demandas no deberían pasar directamente al ámbito legal. Se deberían analizar en la escuela para evitar falsas acusaciones. Pero la mejor propuesta debe ser educar a los hijos e hijas: indicarles cómo se debe actuar y quizás realizar una lista de las palabras que pudieran entrar en el rango de las generadoras de acoso, las diga quien las diga. Hay que enseñar en la familia los modales con los cuales habrá de conducirse la persona para no lastimar a otras; hoy, se ha dejado de pensar en lo que significa la libertad del ser humano. En esta orientación debe considerarse también que no debe exigirse pago alguno por prestar un servicio. No se debe buscar ventaja económica, con tal de pasar sobre los demás. Tampoco debe hacerse crecer una inconformidad, que se hable y acuse porque se conoce un dato que no se puede comprobar. Hay que enseñar que las cosas deben hacerse de buena manera, sin tener en mente el dicho que dice “el que no tranza, no avanza”.
¿Para que hacer cosas buenas que parecen malas? No hay que dar motivo para que se hable sin sustento alguno. En los casos expuestos, se percibe que existen personas que buscarán sacar ventaja de alguna situación, parecería que está en su genética buscar en lo más recóndito un suceso para acusar. Y no debe pasarse por alto que todo parece indicar que las leyes en México están al servicio del mejor postor. Con un consejo de ética en las escuelas y con los estudios psicológicos correspondientes, las problemáticas que se viven en el entorno educativo podrían subsanarse, sin la necesidad de llegar a los tribunales. Se hace necesario ver la película “El caso de MC Martin”, en donde el acusado debió esperar seis años para recibir la sentencia: todas las pruebas presentadas en su contra fueron refutadas.

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