¿Qué paradigma educativo, para qué docente?

Dra. Edith Jiménez Ríos

Ser profesor implica construir la vocación y la identidad docente. Con la evolución de los modelos educativos, los profesores también deben pensar en sus prácticas docentes. En el campo educativo, al interior de las aulas, encontramos dos grandes paradigmas de la educación: el paradigma docente centrado en la enseñanza y el paradigma del alumno, centrado en el aprendizaje. Situados en el paradigma docente, el papel más importante lo tiene el profesor, protagonista en el proceso educativo, experto en la materia, el que enseña, el que evalúa, el que diseña la clase, el qué transmite diversos saberes. En este modelo, la fisonomía de una clase luce tradicional; los contenidos son predeterminados, los recursos didácticos y el tiempo son establecidos, los alumnos parecen estar menos motivados, sin interés por aprender, el profesor dará una clase más, recopilará evidencias y valorará los conocimientos aprendidos.

En un modelo centrado en el aprendizaje, se sitúa al alumno al centro del proceso educativo, lo que implica entenderlo como persona, donde existen elementos afectivos, sociales y cognitivos para un mejor y mayor aprendizaje.

Pozo (2018) dice que la escuela está cada vez menos motivada, en las aulas falta interés de los alumnos por estudiar y aprender. Si preguntamos a los estudiantes porque han perdido el interés, responderán que la escuela es desmotivante, sus intereses son lejanos y no se ocupa de las experiencias que los niños viven en determinados momentos. Los docentes también experimentan emociones negativas, incertidumbre, falta de interés y compromiso.

Las condiciones que caracterizan al sistema educativo, nos invitan a imaginar que todo aprendizaje relevante, duradero, significativo, divertido, requiere práctica y esfuerzo; afrontar ansiedades, plantear desafíos, experimentar frustraciones porque implica, en una palabra, cambiar y reconstruirse. Ahora bien, si pensamos en el docente, nos preguntamos  ¿quién dijo que enseñar era fácil?. Si para ser docente, no basta con saber de la asignatura, hace falta desarrollar habilidades, actitudes y destrezas que se adquieren de diferentes fuentes, pero la más directa es la experiencia misma del profesor como persona.  Tampoco es fácil para el docente, aceptar ciertos cambios, por lo general enseña como él fue enseñado, como aprendió  en su trayectoria como alumno. Es difícil trabajar con grupos numerosos, con diversas opiniones, cuando siempre se ha enseñado bajo esquemas tradicionales, en que ha predominado la respuesta única del profesor.

Sabemos que son muchas y variadas las actividades que cada docente puede realizar en las aulas, y uno de los mayores retos es convertirse en líder de su grupo de alumnos, comprometerse con su trabajo, además de contar con competencias profesionales que inciden en la vida de las y los alumnos. Perder el papel principal en el aula, implica dejar de ser el actor que controla el grupo y aprender a enseñar, dejando el liderazgo a los estudiantes.

Se considera fielmente, que enseñar es un arte; un trabajo, una profesión que implica contar con vocación, gusto, ánimo, pero también con la apertura, humildad y voluntad suficiente para crear retos para los estudiantes. Un desafío también es,  reconocer el propio estilo de enseñar, reconocer que aprendemos cuando enseñamos, enseñar a los estudiantes a aprender, ser sensibles a sus emociones, atender a sus intereses, verificar los aprendizajes, trabajar en equipo. En este caso, la vida en las aulas debe mostrar un ambiente de seguridad, un clima de aceptación y respeto, promover la tolerancia, crear confianza para perder el miedo al ridículo y a la vergüenza, aprender del profesor y de los compañeros.

El reto es mayor, cuando debemos saltar de una educación individualista a una cooperativa, que representa el cambio más relevante que ha experimentado la escuela (Casany, 2021). Aunado a esto, los espacios escolares, la ecología del aula, la tecnología también representan artefactos que se han modificado en la educación, por tal razón, es útil pensar y repensar qué estamos haciendo los docentes en las aulas actuales, cuál es la función, qué papel tendremos que mostrar, en dónde quedan nuestros alumnos, cuál será su rol ahora, qué debe hacer el docente para ser parte de la vida escolar y educativa de las y los estudiantes.

Evidentemente, la docencia conlleva un conjunto de aspectos que influyen de manera particular en quien la realiza, pero también en quien la recibe. Los padres de familia tienen una participación importante, contribuyen a la apropiación y transformación  de expectativas, conductas y emociones (García-Cabrero y Loredo, 2000).

Si nos situamos en la educación básica, el docente no solo debe preparar para enseñar, sino que deberá hacerlo de manera activa, diseñando, creando formas, estrategias para involucrarse en el proceso de conocimiento de cada niño y niña; debe aprende a tomar conciencia de su papel dentro el aula, y saber que puede ayudar al alumno a desenvolverse en un mundo exterior.

Casany (2021, p. 40) dice que “lo más fácil es aprender a dar instrucciones en el aula, a partir del ensayo y error. Imposible es prever lo que ocurrirá, aunque pueda ser útil. Conviene estar preparado para fracasar, para repetir una instrucción con otras palabras, para tener un plan B”. La frase representa la complejidad de ser docente, pero también el trabajo creador, el esfuerzo constante y compromiso mutuo.

No debemos olvidar que el aula es un lugar activo, un lugar abierto y público, un lugar que para muchos niños y niños es una segunda casa, en la que existe una figura importante y significativa en la vida de muchos de ellos; el profesor.   La lección es que para ser docente no basta con saber de la asignatura, aprender a enseñar es la clave y siempre se debe tener un plan B.

Motivar, crear interés, tener compromiso, gusto por la docencia, ser artista, ser empático, justo, amable, profesional, ético, traspasar las aulas, guiar al alumno, fortalecer su espíritu, será el paradigma educativo para el docente del siglo XXI.


Referencias

Casany, D. (2021). El arte de dar clase.Barcelona, Anagrama.

García-Cabrero, B. y Loredo, J. y Carranza, G.(2008). Análisis de la práctica educativa de los docentes: pensamiento, interacción y reflexión. REvista Electrónica de Investigación Educativa, p. 1-15.https://www.redalyc.org/pdf/155/15511127006.pdf

Pozo, I. (2018). ¿Por qué los alumnos no quieren aprender lo que les queremos enseñar?. Difundiendo saberes, 15 (26)-5-8. https://core.ac.uk/download/pdf/235205001.pdf


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