La experiencia docente, nos puede sacar adelante.

Lic. Lauro Alejandro Cuevas Monjarás

Nos tomó por sorpresa,  no cabe duda. De lo inusitado de la expansión de la pandemia de Covid-19 a la primera reacción: ¡Continuamos en línea! Y la mayor parte de las instituciones se apegaron al llamado oficial de las autoridades a suspender clases presenciales y una inmensa mayoría decide establecer todos sus procesos académicos en línea. ¡Boom!

De ahí, surgen dos expectativas: excesiva confianza o severas dudas. No pocas instituciones llevaban desde hace años, efectivos procesos de enseñanza por vía digital remota. Incluso en la era análoga,  ya gestionaban educación abierta y a distancia. También, en el mundo de los profesores las palabras educación en línea (online), multi y video conferencia, uso de tecnologías de la información y la comunicación (TIC’s) aplicaciones y programas especializados para educar en línea, no sonaron tan violentamente entre algunos de ellos, como el número cada vez más elevado de contagios, ya que muchos  no sólo han manejado ese lenguaje, también muchos  han cursado diplomados, talleres o posgrados relacionados con esta modalidad educativa e incluso otros educan con frecuencia de esta forma.

Pero por otro lado, y ya en el aislamiento, la incertidumbre comenzó. ¿Cómo lo haremos? ¿La institución no nos ha indicado cómo? ¿Recuerdo que en tal curso, vimos cómo entablar una videoconferencia? “Yo había organizado todo para estar en el salón con mis alumnos” ¿tendré que comenzar de cero? Y más aún, conforme los días avanzan las dificultades se van acumulando junto con el agotamiento y los alumnos también comienzan a resentir este entorno totalmente inesperado. Que si es mucha la tarea, que la señal está fallando, yo tengo que trabajar y no me puedo conectar.

Si en el salón, de manera presencial se experimenta inasistencia, falta de atención, inquietud natural del alumno (o del maestro) en la virtualidad tampoco se garantiza lo contrario. Y menos cuando el motivo de la ausencia o actitud negativa, es una epidemia nunca antes vista que genera incertidumbre en vulnerabilidad. No es lo mismo inscribirte normalmente a un curso en línea en el contexto de salud y bienestar, como cuando todo el mundo se encuentra en riesgo de contagio.

Y en esta trama, no faltan las críticas, incluso entre colegas docentes. Que sí tal o cual, imparte con un mal método pedagógico. Que los alumnos se quejan de su clase. Cómo si el que no da buenas clases, solo lo hiciera de manera digital y a distancia. Como si esos críticos pudieran ya evaluar a los alumnos del otro. Como si las empresas de tecnología no basaran su aprendizaje y desarrollo en cambios y fenómenos bruscos de alto impacto. Como si no existiera la incertidumbre y la inactividad, entendida esta última como la brecha entre la naturaleza y la experiencia humana.

 En este sentido, tampoco pueden faltar los que proponen miles de soluciones: te mando  este tutorial, usa esta aplicación, a mí me ha funcionado de maravilla, no sabes usar esta, porque no usas esta otra. Todo ello, como si fueran verdaderos expertos o el tiempo no anduviera pisándonos los talones y las instituciones no estuvieran preocupadas por la duración  del aislamiento y con ello, las inscripciones, los exámenes finales, los exámenes de admisión, los trámites administrativos.

Una cosa es cierta, el virus Covid-19 nos ha enseñado muchas cosas y, en el terreno de la educación,más, que la modalidad debe ser instaurada, actualizada y gestionada desde los niveles institucional y gubernamental, tanto en el ámbito privado como público. Qué a nivel docente y alumnos se les debe  capacitar y dotar de elementos tecnológicos para superar cualquier crisis, en dónde la presencia en comunidad es imposible. En donde la organización, desarrollo, seguimiento y evaluación tomen en cuenta el verdadero desempeño, la valoración justa y con criterios preestablecidos, las actividades adecuadas provenientes de una planeación previa bien diseñada.

La improvisación de estos días, no es inventada y no es el mejor de los mundos, pero si algo caracteriza al gremio docente, con muy pocas excepciones, es su entrega y  vocación educativa aún a pesar de estar tan desvalorizados. Dispuestos  a aprender a ritmo sorprendente, con su experiencia, sus propios recursos, su percepción; la preocupación por cumplir, con la institución, con los padres de familia, con las autoridades pero sobre todo con sus alumnos, los hace únicos. Y este debería ser el objetivo de la gestión educativa en estos momentos de crisis generalizada, comprender, empatizar, contribuir lo mejor posible, hacer equipo, otorgar confianza, tranquilidad; a veces sin horario, descanso o recursos,  porque es lo único que nos puede sacar adelante.

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