Lic. Lauro Alejandro Cuevas Monjarás
Es común que cuando las condiciones generales de la ciudadanía se deterioran brote una auténtica preocupación sobre el origen y causas de los problemas. Es, en este punto sobre todo, cuando la educación recupera terreno y la institucionalidad se cuestiona si el camino trazado ha sido el correcto. Nacen entonces ideas reformistas que intentan dar sentido a las dificultades, a través del diseño de procesos evaluativos o de calidad que expliquen en qué punto se ha fallado y como se podría dar vuelta al timón.
De la misma manera, muchas instituciones de educación superior, considerando su razón de ser, se preocupan permanentemente por entender cuál es el impacto de sus egresados en los aciertos y errores que, a cada momento, enfrenta la sociedad y si se está contribuyendo positivamente en la generación de propuestas de solución. Esta inquietud les lleva a considerar que el seguimiento de sus egresados y su estudio constante debe brindar indicadores que apoyen los procesos de autoevaluación de programas y en general de las bases de su modelo educativo.
Obviamente la diversidad y magnitud de los problemas justifica la preocupación y ubica los esfuerzos de las instituciones. Lo que es claro es que el seguimiento del actuar profesional de sus egresados es el único recurso disponible para su viabilidad y los resultados dependerán de la calidad y rigurosidad, tanto de la base de datos que recopilen como de los análisis e indicadores que se obtengan.
Ante este panorama contrastemos la visión de los egresados y consideremos el primer problema que enfrentan al terminar sus estudios. La mayoría de ellos confía en que su aprendizaje reúne las competencias necesarias para conseguir un empleo digno y con ello contribuir a la solución de problemas y al desarrollo y mejoramiento del país. Las universidades y centros de educación superior han montado su quehacer en este supuesto y en sendos principios educativos y filosóficos, intentando definir y aplicar distintos propósitos similares: formar profesionistas útiles a la sociedad, impulsar la investigación y ampliar los beneficios de la ciencia y la cultura, entre otros.
Habría que analizar si las empresas, organizaciones o núcleos laborales están vinculados y sintonizados con estos objetivos. En realidad se puede constatar que, en ocasiones tanto el egresado como la organización laboral desconocen lo que se necesita. Bastaría con observar las expectativas de los egresados y algunas solicitudes de empleo para constatarlo.
Mientras estudian algunos egresados –los más perspicaces– ya logran entender que ciertos contenidos de sus programas no les van a ayudar mucho y detectan deficiencias curriculares como la falta de actualización. También, con mirada crítica pueden observar que, algunos de sus docentes tampoco les están aportando los instrumentos necesarios para su desempeño profesional, ya sea porque no los consideran bien preparados, por sus limitantes para impartir clase o por el hecho de dedicarse exclusivamente a la docencia y haberse apartado del campo profesional. Al buscar empleo, lamentablemente corroboran estas inquietudes.
Las empresas como entes generadores de empleo también muestran desconfianza y hacen notoria su desvinculación con la formación universitaria al establecer en sus mecanismos de contratación, criterios plagados de prejuicios y preocupaciones sin sustento, cuyo resultado no sólo produce frustración en los nuevos profesionistas, sino, aún más grave, omisiones que en ciertos casos les pueden llevar al fracaso.
Como puede observarse el factor común es la desconfianza y no se puede generalizar, se acepta y reconoce que hay interés y avances importantes en ambos lados. Pero no cabe duda que, quienes se dedican a la educación superior y pretenden mejorarla, enfrentan el hecho de que sólo mediante el estudio riguroso del curso que siguen sus egresados será cómo todas estas contrariedades puedan encontrar vías de superación.
Con los egresados nos hallamos ante un campo de estudio maravilloso, además porque tenemos la certeza histórica de que la educación es la mejor estrategia para enfrentar las crisis recurrentes de la naturaleza humana.
Lic. Lauro Alejandro Cuevas Monjarás
- Lic. En Comunicación egresado de la Universidad Salesiana con Mención Honorífica.
- Especialidad en Educación.
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