Demasiado poco o “la chamba de educar”.

Lic. Gerardo Espartaco Herrera Alba.

Programas van, programas vienen…

Hay nueva marca de la casa según cambian los gobiernos y tal vez hemos pasado de reforma en reforma, de modelo en modelo, sin darnos cuenta o sin dar cuentas. Parece que la sensación de los últimos 30 años es de nada en concreto.

Hemos estado volteando hacia otro lado y simultáneamente admirando a otros sistemas educativos cuya implementación y adaptación es forzada o frustrada por llevar a cabo más una imitación que una asimilación.

Cabría la pregunta: ¿cuáles son los frutos de tantos cambios?

A la vista, generaciones con carencias de aprovechamiento. La capacidad de síntesis a la baja en personas cuya adolescencia deja ver, además de su escaso pensamiento crítico la punzante manifestación de la edad y al fuerte influencia mediática. Por supuesto que me refiero a esa etapa preparatoriana que, en los últimos años de docencia me he dedicado y que tomo como ejemplo en pocas líneas.

Tal parece que la idea de ser profesor y dar clases, eso que de momento se piensa y que espero coincidamos -bajo el amparo del sentido común y de las circunstancias lógicas que nos remita este planteamiento básico-, se ha convertido en otra idea según la cual una persona que se dedica a este oficio debe sumar a su actividad natural una serie de diligencias administrativas convenientes al modelo en turno, que van más allá de los clásicos reportes y que reducen el tiempo y porcentaje de lo que se entiende en principio del hecho de enseñar y lograr el aprendizaje de una materia o asignatura.

El coctel está servido. Alumnos que van pasando de niveles con carencias; profesores con vocación o sin ésta –otro tema- que deben irse adaptando a cambios, reformas, modelos y cargas administrativas; más autoridades escolares que se ven presionadas.

Una sensación de “chambismo” –si me permiten la expresión- recorre los centros educativos públicos y particulares. Ya no se va precisamente a educar, se va a la “chamba” y podríamos pensar que siempre ha sido así y que pasa en cualquier oficio y profesión pero si acudimos a la conciencia de lo que la educación implica, recordaremos que va más allá de exponer y medio desarrollar, reportar y adaptarse a todo lo nuevo, incluyendo la tecnología. Poner atención en lo periférico, cargar las tintas a lo accidental -que puede ser bueno de inicio- nos distrae de lo fundamental: lograr la atención, dar conocimiento, hacer entender y constatar que lo han hecho suyo, que lo piensan y lo reflexionan para aplicarlo hacia el bien de su comunidad y crecimiento personal. Pero muchas veces, hoy día se puede uno encontrar en nuestro ambiente con la actitud de “tú haz tu chamba, entrega a tiempo, da tu tema y no te metas en problemas, no entienden”.

En el oficio de educar podemos evitar la rutina si se vuelve a la esencia de lo que para todos es nuestra actividad y claro que apelo al sentido común. Si se aproximan más cambios tecnológicos y sí que vendrán, no nos podemos dar el lujo de sólo informar a seres y hacerlos funcionales. El desánimo de los docentes puede evitarse no con motivación sino potenciando su creatividad y algo fundamental que viene a cuenta de la conciencia de su vocación: ganar la autoridad perdida. ¡Vaya tema!

Así que no se trata de sólo esperar lo que sigue, porque el que sólo espera lo que sigue, pues, sólo sigue y sigue; sin más, esperando la quincena funcionalmente, fomentando que los demás funcionen y ya.

Independientemente de lo que venga, convendría preguntarnos luego: ¿qué frutos debemos obtener en el futuro? Y por el <<debemos>> apelo de nuevo al sentido común y si me permiten al consenso.


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