Dra. Edith Jiménez Ríos.
En marzo de 2020 el mundo entero se vio forzado a estar en sus casos y seguir las realizando actividades económicas, sociales y educativas; los profesores y estudiantes de todos los niveles educativos, continuaron con sus clases, pero ahora desde sus casas, apoyados en tecnologías, en recursos digitales que estaban al alcance de la población mexicana. En la situación de confinamiento, los cursos de capacitación en el manejo de tecnologías fueron impulsados por la mayoría de las instituciones educativas. Conforme iba pasando el tiempo se habló del uso plataformas digitales, de modelos de enseñanza híbridos, del aula invertida, de habilidades socioemocionales, de la necesidad de adecuar una modalidad presencial a una virtualidad en línea, aspectos que fueron configurando los diarios de clase de la mayoría de los docentes.
Aprender de forma remota, implica generar estrategias que de ninguna manera no son iguales a lo que un proyecto de educación a distancia formal requiere para estructurarse (Mendoza, 2020). Refiero el término aprender porque no se trata sólo de tener acceso a una computadora y un videoproyector, sino de ver a la tecnología como parte de la realidad que afectó nuestro entorno familiar, social y educativo.
Desde la mirada docente, surgieron certidumbres e incertidumbres. Teníamos la certeza de dominar los saberes de la materia, tanto los teóricos como los prácticos; pero con la duda de no poder conocer a los estudiantes, de saber sus formas de aprender para crear otras formas de enseñar. Además de querer tener la respuesta a ¿qué hacer para que los estudiantes aprendan significativamente?; donde distintos contenidos implican distintas maneras de aprenderlos y enseñarlos. Compartir la experiencia con los estudiantes, hablar con otros profesores, pensar en hacer material asequible para revisar los temas, y trabajar en el desarrollo de competencias esperadas, fueron algunas de las actividades que hacíamos cotidianamente, pero ahora a distancia.
La situación llevó a que más de seis planteles de educación superior y sus académicos en México, tuvieron que transitar hacia una educación virtual o en línea, pero más bien se le pudo llamar Enseñanza Remota de Emergencia (ERE) (Silas y Vázquez, 2020), lo que siguió fue adaptarnos a una forma de ser docente.
Después de dos años de confinamiento, cuando la mayoría de los estados en México estamos regresando a las clases presenciales, hemos tenido tiempo para reflexionar sobre el quehacer docente, sobre el papel que debemos jugar de aquí en adelante, con la amenaza de regresar a las casas, o el incremento de los contagios en nuestro entorno. Sin embargo, lo más importante que he aprendido de ser docente es el valor de las clases presenciales, la motivación de los estudiantes, las respuestas espontáneas, los gestos, las risas, y muchos aspectos para rescatar el lado humano de los docentes en interacción con sus grupos de estudiantes.
Enseñar y aprender a distancia tiene aspectos que lo hacen diferente a una formación presencial; pero en ambos espacios es importante lograr un verdadero aprendizaje, comprender los componentes del proceso educativo, crear formas de evaluación distintas.
Regresar a la enseñanza activa, menos memorísticas, más creativa y enfocada a la evaluación cualitativa de los aprendizajes, ha sido una de los eventos más importantes que anhelábamos en el regreso a las clases presenciales. Donde la interacción y acompañamiento del docente nunca podrá ser sustituido por la tecnología, aunque ésta esté planeada bajo enfoques pedagógicos alternativos. Estos elementos, considero son también un trabajo del docente, identificar sus creencias sobre lo que es “un buen profesor”, además de adaptar las competencias digitales, los nuevos aprendizaje, las habilidades socioformativas y la didáctica a la “nueva normalidad”, término que se manejó mucho al inicio de la pandemia, como un elemento que fue necesario incorporar en el pensar, decir y actuar, en las aulas.
Sin embargo, no he dejado de reflexionar sobre mi propia práctica docente, en varios momentos pensé y expresé un verdadero retroceso hacia modelos didácticos centrados en la enseñanza, donde el uso de la tecnología se convirtió en un fin y no en un medio para crear ambientes de aprendizaje creativos y activos en la virtualidad.
Con la certeza de que las plataformas tecnológicas, los espacios virtuales no sustituirán del todo la labor docente; pero es también con haber resuelto algunas dificultades, crear una logística propia, utilizar las tecnologías y diseñar otros materiales de trabajo.
El tiempo ya pasó, tras dos años de estar en una situación de reflexión, certidumbre e incertidumbre, no retrocedí, avance en el reconocimiento de mis competencias, en configurar día a día mi práctica docente, en afianzar mi compromiso y responsabilidad con los estudiantes y con la profesión de la docencia. La enseñanza en el aula implica un diálogo, que se pierde cuando no es presencial.
Referencias
Mendoza, C. L. (2020). Lo que la pandemia nos enseñó sobre la educación a distancia. Revista Latinoamericana de Estudios Educativos. Número Especial, 343-352. https://www.redalyc.org/jatsRepo/270/27063237028/html/index.html
Silas, J. y Vázquez, S. (2020). El docente universitario frente a las tensiones que le plantea la pandemia. Resultados de un estudio. Revista Latinoamericana de Estudios Educativos. Número especial, 89-120. https://www.redalyc.org/jatsRepo/270/27063237022/html/index.html
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