Sin temor, sin desfallecer

Dr. Jorge Gutiérrez Alfonzo

Aquel viernes de marzo, el maestro entró en cada uno de los salones en donde impartía clases para dar indicaciones sobre cómo se iba a trabajar, de acuerdo con la decisión de la Secretaría de Educación de que debían ausentarse de la escuela por el virus que azotaba al mundo. Nunca imaginó que esa ausencia sería de más de un año. Al maestro le llegó a su mente el 2009, cuando se suspendieron las clases por el virus de la influenza. 

Las instrucciones a sus alumnos fueron claras. Los que quisieran trabajar esas dos semanas lo podían hacer; quienes quisieran adelantar las vacaciones de Semana Santa, tendrían que quedarse 15 días después de terminado el semestre para concluir lo programado. Dejó dicho que en su blog personal colocaría el material que pudieran necesitar. El correo electrónico personal serviría para estar comunicados.  Se despidió con “no son vacaciones, no deben salir de sus casas y cuídense por favor”.

Una semana antes del día que estaba programado el regreso a clases, la parte oficial indicó que el semestre tendría que ser a distancia. que cada docente se pusiera de acuerdo con sus grupos para trabajar y terminar el semestre de la mejor manera posible.

El maestro tenía dentro de sus contactos a cada uno de los jefes de grupo. Por ese medio se mandó el enlace para que se unieran al mensajero y de ahí continuaran con las clases virtuales.  El 90% de los alumnos ingresó en los grupos virtuales. En cada inicio de clases, el maestro daba los buenos días en el grupo y describía las actividades; empezó a crear grupos en plataformas educativas para recibirlas. En la plataforma, el porcentaje de alumnos inscritos fue del 60%, con otra problemática: no entregaban las actividades. Los motivos fueron diversos, desde “no tengo saldo”, “no tengo teléfono”, “se descompuso”, “me lo robaron” hasta “no le entiendo a las clases y menos a la plataforma”.

El maestro se dio a la tarea de descargar pizarras que pudieran ayudarlo a dar clases, así como aplicaciones para grabar la pantalla y enviarles el video a sus alumnos. Al momento de ponerse en contacto con quienes no habían hecho las actividades y que no podía colocarles una calificación, la respuesta que se encontraba era “Maestro, no me puede reprobar, así lo dice en la televisión”; fue urgente una reunión virtual de academia. Él, como presidente de la academia de su escuela, debería promoverla para solventar la situación que se vivía.  Se llegó a un acuerdo. A quienes no trabajaran, se les pondría la calificación de 5, para que se esforzaran y vieran que debían tener los aprendizajes esperados. En ese segundo examen parcial, fue un caos calificar. La fecha para colocar las actividades en la plataforma ya estaba cerca y los alumnos pedían que se les permitiera subirlas a destiempo. Algunos alegaban que sí habían entregado pero que la plataforma se había equivocado de actividad y se colocó la que correspondía a otra materia. 

Para el tercer parcial, fueron más los alumnos que se sumaron al trabajo en línea. Como acuerdo de academia solo se pedía una cosa: que el alumno contestara el mensaje o la llamada a su maestro para saber la situación en la que se encontraba, que explicara cuál era el motivo por el que no entregaba las actividades programadas. Una llamada, un contacto, podía ayudar a que no reprobara el semestre.

El maestro terminó ese semestre con la esperanza de que en el siguiente se trabajara de manera normal. Entre un momento y otro, el correo que utilizaba para estar en contacto con los directivos escolares empezó a llenarse con notificaciones de cursos o webinar para mejorar las clases en línea. El panorama no se avizoraba nada bien. El virus estaba más fuerte que al inicio del encierro sanitario.

Fue en uno de estos webinar donde vio la invitación a escribir. Recordó aquellos años de juventud, cuando a su ahora esposa le escribió el cuento “Flor de abril”, de eso ya hacia algunos ayeres, 30 años, y lo primero que se le ocurrió escribir fue sobre el destino de la beca que reciben los alumnos. Escribió y le pidió, por favor, a su hermano, poeta y escritor, que revisara el texto; con buen ánimo su hermano lo impulsó a que lo enviara.

El inicio del semestre agosto-diciembre se retrasó, no empezó como se tenía previsto; la causa, la incertidumbre de la autoridad educativa de dar principio de manera “hibrida”, días en la escuela y días en línea. Por fin, comenzó el semestre, en el que había alumnos de nuevo ingreso, de quienes se ignoraba si conocían, si sabían del trabajo en línea. El maestro decidió trabajar en una plataforma nueva, la cual quería competir con los monstruos del trabajo grupal. Empezó a tener problemas. No podía acceder a los archivos, no podía otorgar una calificación porque no los veía. Reportó el incidente al teléfono de soporte técnico. A los 15 días le dijeron que el problema estaba solucionado.

Al evaluar el primer parcial se presentó otro problema; el promedio de las actividades no coincidía con las que tenía el alumno. En algunos casos al maestro le aparecía cero y el alumno tenía 80. Si en la actividad que visualiza el docente estaba cero, indicaba que el alumno no había entregado el trabajo, pero el alumno le enviaba captura de pantalla en donde aparecía calificado con 80. Envió la información necesaria a soporte técnico. No hubo respuesta. Aceptó lo que el alumno le dijo. Dejó esa plataforma y optó por una de las que ofrecen los monstruos tecnológicos. El proceso se desarrolló sin contratiempos. El segundo parcial fue más fácil de evaluar.

Por esas fechas supo de la muerte del tío con el que vivió en Ciudad de México, al poco tiempo de la muerte del dentista de la familia, ocurrida en el lugar donde vive. La esposa y las hijas le piden que se cuide, que ya no salga a correr por las mañanas. ¡No te queremos perder! Otro golpe vino cuando le anunciaron la muerte de dos tíos más. Y llegó a su mente la pregunta: ¿Cuántos maestros están pasando por lo mismo? ¿Cuántos de sus alumnos no quieren estudiar por la muerte de un familiar? Ante la primera pregunta, decidió realizar un formulario; lo envió a siete amigos para que lo compartieran con sus grupos de docentes. Los resultados fueron los que se exponen a continuación:

El 68 % de los encuestados indicó que dieron instrucciones de seguir con lo que tenían programado en marzo del 2020. El 89% señaló que se preocupó cuando en abril supieron que ya no regresaríamos a clases. El 42% marcó que en marzo entendió la problemática que se tenía, el mismo porcentaje dijo que a los dos meses (mayo) comprendió la pandemia. El 79% no se enfermó por Covid. El 37% no tuvo ningún familiar enfermo, el 53% de maestros no sufrió pérdida por el Covid de familiar cercano. El 90% contestó que ningún compañero de trabajo se murió. El 47% de docentes indicó que fue por medio del mensajero como estuvieron en contacto con sus alumnos para terminar el semestre en el que se suspendieron las clases; enviaban archivos pdf y contestaban por el mismo medio. De agosto a diciembre, el 42% atendió a sus alumnos utilizando plataformas para el envío y recepción de tareas; mientras que el 26 %, por medio de clases en línea; y otro 26%, mediante pdf por el mensajero. A pregunta expresa de si sus compañeros encuestados habían experimentado alguna habilidad que no sabían o no habían explotado, el 89% contestó que sí había descubierto una habilidad; básicamente, todos hicieron referencia a las tecnologías, a las clases en línea, las plataformas, entre otras.

El maestro se dio cuenta de que fue la necesidad la que hizo que sus compañeros docentes tomaran la decisión de aprender algo que estaba ahí, pero que solo veían de reojo. No se sentían seguros de entender y comprender el funcionamiento de las plataformas educativas. Fue la necesidad la que se puso enfrente, junto con la incertidumbre, el miedo, la zozobra, y aun así aprendieron y salieron adelante.

El maestro recuerda que sus alumnos no quieren aprender en estos tiempos difíciles y llega a la conclusión, después de analizar el formulario, de que “mis alumnos aprenderán, cuando tengan necesidad”, porque el alumno aprende de su maestro. El maestro sigue con su rutina. Temprano despierta. Es valiente y se esfuerza. Sale a caminar, se baña y empieza a atender a los alumnos que aprenden no por necesidad, sino por gusto.

Dr. Jorge Gutiérrez Alfonzo

gualjo@gmail.com

  • Doctorado por Instituto de Estudios Superiores
  • Maestría en Administración por Instituto de Estudios Universitarios.

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